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jueves, 23 de septiembre de 2010

La Reina del Drama

La reina del drama sabe que la observan, tras los agujeros de las persianas de su calle, las miradas gritan "está perdida, cualquier día...". Pero ella, con el vestido roto y el abrigo casi por las rodillas, mantiene la cabeza lo más alta posible y camina decidida hacia el portal como si nada estuviese pasando. Quiere olvidarlo todo, como hace cada mañana cuando despierta y piensa " hoy sí sera distinto". Pero ya no sabe si creérselo, ya no es ninguna niña. Abre la nevera buscando algo, sin saber el qué. Y se queda parada un buen rato pensativa, intentando comprender por qué su nevera estaba organizada hasta tal extremo que los alimentos se disponían en orden ascendente de calorías, que todos llevaban su correspondiente etiqueta escrita impecablemente a mano indicando cuántas veces podía tragar ese alimento esa semana para no ganar un sólo gramo. Cerró, con la mente en blanco y a su espalda encontró sus discos ordenados alfabéticamente junto a una lista que los ordenaba también por cronología, fecha de adquisición, color de la portada... ¿por qué su vida no era así?, buscó todas las explicaciones posibles a tantas preguntas... Había estado rodeada de tantas manías y obsesiones enfermizas de orden y perfeccionismo, que se dejó su vida en el camino, convirtiéndola en un caos. Un caos rodeado de orden estricto y cuadriculado al milímetro, todo estaba planeado. No había nada torcido, salvo su estado de ánimo. La habían tratado como a una puta cualquiera y ella se había dejado tratar así, ¿lo era?, nunca fue su intención, pero sí, sus errores y su afán, de lograr todo al extremo absoluto, la arrastraron allí. Eso ya no importa, sólo quiere que todo termine. Quiere cerrar los ojos de cualquier manera, y no pienso describir los detalles escabrosos de su muerte.
Por lo menos diré que su recuerdo no pasará de largo de inmediato. Los nuevos inquilinos de aquel piso se han ganado todos los cuchicheos del barrio, dejando en el olvido a la pobre reina del drama, pero el camarero, que le servía Martini cada noche sin dejar de mirarla un sólo segundo en el proceso, nunca deja de preguntarse qué habrá pasado con aquella furcia del lunar postizo. Casi todo tiene final y los finales casi siempre tienen moraleja.