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miércoles, 29 de diciembre de 2010

"Insisto. Habría sido magnífico fugarnos, pero tú eres un cobarde, y prefieres quedarte con Carmina y el niño horrendo. Allá tú. Iré a tu Conferencia porque así te lo prometí, pero en cuanto hayas terminado de marearnos a todos con lo de la estructura mítica del héroe, vaya rollo, créeme que desapareceré de tu vista como ya hice hace cinco años, y serán otros cinco o seis los que estarás sin verme, mi querido charlatán nocturno. Qué mal lo pasarás sin verme, todos tus días serán como hoy, como esta mañana: yo, por ejemplo, en la puerta de tu casa, y tú sin enterarte ni poder verme. Muy cerca el uno del otro, pero también más lejos imposible."

Extraña forma de vida.- Enrique Vila-Matas

jueves, 23 de diciembre de 2010

Ambos.

La pareja no nos salva de nada, no debería salvarnos de nada.
Muchas personas buscan pareja como medio para resolver sus problemas.
Creen que una relación íntima los va a curar de sus angustias, de su aburrimiento, de su falta de sentido.
Esperan que una pareja llene sus huecos. ¡Qué terrible error!
Cuando elijo a alguien como pareja con estas expectativas, termino inevitablemente odiando a la persona que no me da lo que yo esperaba.
¿Y después? Después quizás busque a otra, y a otra, y a otra... o tal vez decida pasarme la vida quejándome de mi suerte.


La propuesta es resolver mi propia vida sin esperar que nadie lo haga por mí.
La propuesta es, también, no intentar resolverle la vida al otro.
Encontrar a otro para poder hacer un proyecto juntos, para pasarlo bien, para crecer, para divertirnos, pero no para que me resuelva la vida.
Pensar que el amor nos salvará, que resolverá todos nuestros problemas y nos proporcionará un continuo estado de dicha o seguridad, solo nos mantiene atascados en fantasías e ilusiones y debilita el auténtico poder del amor, que es transformarnos.
Y nada es más esclarecedor que estar con otro desde ese lugar, nada es más extraordinario que sentir la propia transformación al lado de la persona amada.


En vez de buscar refugio en una relación, podríamos aceptar su poder de despertarnos en aquellas zonas en que estamos dormidos y donde evitamos el contacto desnudo y directo con la vida.
La virtud de ponernos en movimiento hacia adelante mostrándonos con claridad en qué aspecto debemos crecer.


Para que nuestras relaciones prosperen, es menester que las veamos de otra manera; como una serie de oportunidades para ampliar nuestra conciencia, descubrir una verdad más profunda y volvernos humanos en un sentido más pleno.


Y cuando me convierto en un ser completo, que no necesita de otro para sobrevivir, seguramente voy a encontrar a alguien completo con quien compartir lo que tengo y lo que él tiene.


Ese es, de hecho, el sentido de la pareja.
No la salvación, sino el encuentro.
O mejor dicho, los encuentros.


Yo contigo.
Tú conmigo.
Yo conmigo.
Tú contigo.
Nosotros, con el mundo.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte? 

Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende. 

Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son. 


Calderón de la Barca. "La vida es sueño"

jueves, 2 de diciembre de 2010

Los contrastes de mi vida.

Hoy voy a confesar uno de los rasgos más caracterizadores de mi personalidad: cuando mi mente no está realizando una actividad que implique demasiada concentración, tiene la manía de cuestionar absolutamente todo lo que le rodea para hacerlo maravilloso o, por el contario, desestimarlo llegando, incluso, a aborrecerlo. No suelo ser imparcial ante casi nada y mucho menos ante las realidades sociales.
En ese afán mío por intentar comprenderlo todo, no puede faltar una profunda reflexión acerca de las relaciones interpersonales, porque me fascinan.
Mi concepción acerca de dichas relaciones se puede resumir en una división en dos: aquellas que se establecen en tu vida por el contexto en el que te encuentras, y esas otras que surgen de forma espontánea, sin esperarlas, sin forzarlas a que florezcan.
Las primeras suelen ser la mayoría de las amistades que disfrutamos a lo largo de nuestra vida pero que suelen implicar una contextualización y duración determinada. Es así porque fuera de ese contexto no hay nada más. No llegan a ser autoimpuestas, pero sí forzadas en gran medida. Y no por ello significa que debamos evitarlas, dejarlas a un lado o no disfrutar de ellas, porque en parte también nos enseñan aspectos importantes de la vida y de nosotros mismos. Todas las situaciones implican un afianzamiento de nuestra personalidad, y ya solo por eso merece la pena.  No podemos desecharlas porque la mayor parte de nuestro tiempo lo compartimos con este grupo de personas, y esa es la razón primera por la que en un momento exacto de nuestra trayectoria los llamemos “amigos” y así sintamos que lo son.
Sin embargo, la vida no es un trayecto inmutable y su heterogeneidad es la que nos enseña la verdadera realidad de dichas relaciones, y es triste que después de un tiempo se mantienen precisamente por la nostalgia de un pasado compartido y que marcará en qué quedará todo: en un recuerdo feliz. Y es que, “yo soy yo y mis circunstancias”, pero si cambian mis circunstancias, cambia mi yo.
Es por esta concepción algo pesimista, que en ningún caso pretende desprestigiar a aquellos que optan por este tipo de relaciones, que establezco un segundo grupo de conexiones sociales mucho más importantes bajo mi perspectiva, pero que en muchas ocasiones se dejan pasar por alto. Me refiero, sin duda, a las relaciones que establecemos con aquellas personas que son inmensamente especiales. Relaciones como el amor, por ejemplo, pero también otras no tan obvias.
Creo que para poder compartir conmigo esta visión de la amistad hay que partir de un sentimiento poco realista del yo (y sus implicaciones) y de una necesidad, y es la de buscar en la otra persona una visión y unas experiencias no vividas por uno mismo. La necesidad de escuchar horas y horas a la otra persona, dejándote sorprender por todo eso que no entraba dentro de tu concepción acerca de la vida; convirtiendo, sin darte cuenta, sus palabras en tu conciencia, sus aspiraciones en tus mejores deseos, su vida en parte de la tuya.
Y sin darte cuenta te sientes orgulloso porque formas parte de su vida y os hacéis cómplices de los fracasos y, sobre todo, de las victorias. Sí, eso es lo más importante, porque un mínimo de cariño permite sentir lástima, pero abrazarla por haber logrado una meta implica abandonar por completo la naturaleza envidiosa del ser humano. Y es tan difícil lograrlo, que ¡cómo desaprovechar la oportunidad cuando la tenemos ante nuestros ojos! Pero así es, las desaprovechamos, porque la vida nos suele poner trabas para ello. Nos oculta lo que realmente nos hace felices mediante obstáculos superfluos, con una burda máscara que tememos quitar. ¡Qué ingenuo es el ser humano y qué miedo más absurdo sentimos por las cosas que merecen la pena!
Lo difícil no es saber diferenciar entre un buen amigo y otro pasajero, lo complicado es darnos cuenta que la riqueza de una amistad radica en los contrastes, aunque sean muy "llamativos", mientras exista una irrepetible complicidad.

Hoy escribo esta entrada reivindicando la belleza de las relaciones humanas, uno de los procesos más hermosos de esta vida y sin duda el más complejo y místico de nuestra existencia. Escribo esta entrada para agradecer a mi mente que lo cuestione todo, pues con su ayuda disfruto de unos "llamativos contrastes" con los que compartir mi vida.